Saturday, July 08, 2006

La muerte de la duquesa prometida


Esta es una historia de pasión humana. Humana porque muchas veces, nosotros, los de la especie humana, la pasión lo que nos provoca son deseos de posesión.

La duquesa y el conde se, conocieron en una fiesta organizada por ambas familias. Casi una cita a ciegas, puesto que eran los únicos solteros casaderos del evento lo que no dejaba de ser sospechoso.

Se puede decir que fue un amor a segunda vista. A primera no porque se conocieron en una situación preparada, envasada, desprovista de ingenuidad y genuinidad. Cuando los presentaron sus respectivos padres, mirándose entre ellos con cierta complicidad, la reacción de ambos jóvenes fue de una indeferencia absoluta.

Afortunados los progenitores, surgió una segunda oportunidad debido al aburrimiento. Ya lo he dicho, los únicos de su condición allí presentes.

En este segundo acercamiento, desprovisto de padres que facilitaran la situación, el conde, por aquel entonces un tímido absoluto, tuvo que recurrir a viejas artimañas como el ‘derrame del vino’ sin querer queriendo. Ella impávida, sin alarmarse ni escandalizarse, simplemente se vengó, se tropezó con él y accidentalmente le tiró el ron.

Entre venganza y venganza el alcohol subió y la pasión llegó, y desde ahí su perdición. Una pasión con una entrada no fulminante, pero la curiosidad provocada por el atrevimiento de él, el descaro de ella y la culminación de los estados etílicos dieron comienzo al sueño de ambas familias. Un cortejo entre dos dinastías sin herederos aún.

Comenzó entonces un romance de ensueño, cuando la pareja despertaba, no sabía si era real o si se encontraban aún en el mundo de los sueños, tan perfecto era todo, una perfección que era consecuencia de la mera presencia del otro. Se prometieron amor eterno.

Pero como decía en el inicio, la pasión se transformó en posesión, y lo malo de creer poseer a alguien es que es un engaño que puede llegar a desvelarse si el poseído llega alguna vez a despertar.

Al principio a ella le gustaba. Se daba cuenta hasta cierta medida que estaba siendo poco a poco poseída, pero ello le complacía, se sentía indispensable como el aire y objeto de culto. Por una persona, sí, pero bastaba, no todos aspiramos a dios.

Hasta que un día despertó por la angustia de no poder respirar, soñaba que unas manos apretaban su garganta hasta hacerla ahogar. Transcurrido el alivio inicial, pasó a la meditación y cavilación. Al final lo comprendió, el amado las manos que apretaban, la garganta su corazón y el aire su vida. Huyó.

Huyó a países remotos, recorriendo ciudades, pueblos y montañas tratando de recuperar todos esos momentos robados de su existencia. Sin embargo el mundo antes ancho, hoy con la globalización es un reducto. Él la encontró y la mató. Sino era él, nadie más podría ser su dueño, incluida ella misma.

Lo único hay una cosa con la que él no contó: la resurrección. Aunque eso a él ya hoy no le importa, porque en realidad el deseo de posesión, es el mismo que es de ser poseído y hoy él ya ha encontrado otra pasión.