Friday, October 13, 2006

42 Sugus - Técnica Me Acuerdo

Me acuerdo cuando quise comprobar cuantos sugus cabían en mi boca. Tenía 7 años y fue un acto premeditado que hasta la fecha no le había contado a nadie.

Durante meses estuve guardando los sugus que mi abuela solía repartir entre los nietos. Este aprovisionamiento cual hormiga y sin motivo aparente alguno, me hizo ganadora del título de nieta comedida por parte de mi abuela, que orgullosa de mi se dedicó a publicar en la familia.

Este título de nieta ejemplar provocó varios intentos de sabotaje por parte de mis primos, lo que hizo peligrar mi objetivo. Varias veces los tuve que cambiar de escondite.

Finalmente después de tres meses de ahorro llegó el día. Me encerré en el cuarto de baño con los 42 sugus y uno a uno, delante del espejo me los fui echando a la boca.

Primero, muy fácilmente los amarillos, luego los naranjas, con dificultad y apretando los mofletes, los rojos y en último lugar, casi sin respirar, los azules. Todos cupieron y todos fueron tragados y deglutidos.

Salí orgullosa y victoriosa del cuarto de baño.

Al día siguiente, sin embargo, fui incapaz de contar al doctor mis sospechas de las cusas del fuerte dolor estomacal del que fui víctima.

Es desde entonces que desconfío de la gente comedida.

Amores que matan - Técnica Me Acuerdo

Me acuerdo de mi primer amor, de aquellos que quedan clasificados como amores que matan. Fueron unos zapatos rojos de charol.

Fue como suele ocurrir en estas ocasiones, amor a primera vista. Flechazo súbito. Nada más verlos en el escaparate, el instinto de posesión se apoderó de mi pequeña persona.

Me paralicé. No quise dar ni un paso más en falso. Suerte que mi madre se hizo cargo. Lástima que no había mi número. Los únicos que quedaban eran los del escaparate. Me quedaron perfectos, bueno, cuasi perfectos, si encogía un poco los dedos. Pero como todo instinto, el de posesión también es sabio, di un grito de alegría y bailé por la tienda, aparentado comodidad absoluta.

Salí de la tienda resplandeciente, caminando sin levantar la vista del suelo, de mis zapatos claro. Pero la tarde fue larga y mis dedos encogidos no aguantaron más. Nunca más me los pude poner. Desde entonces que estoy convencida que el dolor de pies es el peor de soportar, más aun que el del corazón.

A lo largo de mi vida he tenido otros zapatos, pero la admiración que me provocaron mis zapatos rojos de charol, nunca más la he sentido (por otros zapatos).