Friday, April 04, 2008

Nostalgia



¿Eres tú Julia?, ¿O es el viento el que mueve las cortinas?...Ah sí, eres tú, menos mal que has venido. Han pasado cuatro días desde tu anterior visita y me preguntaba si correspondería a la última. Ya, sé que me prometiste que no me dejarías solo, que todavía no, pero no sé Julia, también habíamos acordado morirnos a la vez y te adelantaste. No, no quiero que volvamos a discutirlo, pero reconoce que esta vez has llegado bastante lejos en el afán de capturar mi atención. Sé que me has dicho hasta el cansancio que nadie busca enfermar, y mucho menos morir de cáncer, que es algo involuntario. Aún así estoy convencido que te lo provocaste para castigarme y se te fue de las manos. No soy ególatra Julia, es que aún no me hago a la idea de que me hayas abandonado, perdón, que te hayas marchado. Lo siento, no volveré a sacártelo en cara, me lo has dicho hasta el cansancio, fue así y punto. Entiéndeme tu también, es tarde, estaba casi dormido cuando te he oído llegar y tú sabes que nunca he tenido un buen despertar. Si, si, tienes razón con los años cada vez soy más agrio y egoísta, a ti te es difícil venir hasta aquí, tus visitas son cortas y tengo mucho que contar.

Esta bien, iré al grano. Resulta que el domingo vinieron las chicas, solas, sin niños ni maridos. Únicamente Mariana y Lucía. Al principio creía que era una sorpresa y que cenaríamos los tres, tranquilamente, como cuando eran solteras y hacíamos esas sobremesas tan largas, en las que los cuatro nos reíamos tanto ¿te acuerdas?. Todavía puedo ver cómo a Lucía, cuando se carcajeaba sin control, se le salía la sopa por la nariz. Mariana entonces en su papel de hermana mayor, le decía muy seria que era una asquerosa que así no iba a encontrar novio. En aquellas ocasiones Lucía sacaba su genio y… Está bien, no me alargo, no tenemos tiempo.

Lo que te voy a decir ahora nunca te lo hubieses imaginado, por lo menos a mi me pilló totalmente de sorpresa. Vinieron para pedirme que me vaya a vivir con ellas. Dicen que están preocupadas por mi, que como me alimento de picoteos cada día estoy más delgado, y que como casi no hablo con nadie, me he vuelto más testarudo. Según ellas, por el día estaría más acompañado con los niños, me harían sentirme útil y por la noche cenaría con ellos, así estaría en familia. ¡Cómo que es razonable! ¡¿Cómo qué nunca he soportado la soledad?! ¿qué me estás diciendo de mi necesidad constante de conquista? ¿qué insinúas Julia?, sabes que nunca he permitido que nos entrometamos el uno en los asuntos del otro. Y ahora que ya no estás, menos. Pero vamos ¿qué te has creído?, ¿qué una vez muerta, vas a venir y a sacarme en cara mi moralidad? Vamos que ahora la mártir se ha convertido en Pepito Grillo.

Dejando aparte tus recriminaciones, que ahora no vienen a cuento, porque resulta que el abandonado soy yo, concedamos que mi físico ya no está condiciones para jugar todo el día con los críos, terminaría agotado, no me dejarían en paz. Reconócelo Julia, han maleducado a nuestros nietos, son unos consentidos y caprichosos. Dicen que si no el niño se les trauma. ¿Pero tú has oído un disparate tan gordo? Vamos, que en nuestros tiempos no había traumas, ¿o acaso Lucía y Mariana lo tienen? Una zurra bien merecida no es un trauma y una negativa tampoco lo es. Ahora, los niños desconocen la palabra no.

¿Que con cual de las dos me iría a vivir? No lo sé. Me propusieron algo de un sistema de turnos, unos meses con Lucía y otros con Mariana.¿Te imaginas a mi haciendo y deshaciendo maletas cada dos por tres? Horrible. No te rías, no es gracioso. Sí que sé hacer maletas, recuerda que antes de casarnos Trabajaba en ventas y me tocaba viajar todos los meses.

No Julia, definitivamente no estaría mejor con ellas. Tú me conoces como nadie, después de los casi 56 años juntos. Sabes lo que me gusta esta casa. ¿Recuerdas cuándo la compramos? Fuiste tú la que te encaprichaste, a mi me perecía demasiado amplia. Luego con las niñas se nos quedó pequeña. Si, si, tienes razón, me voy por las ramas. Verdaderamente no puedo irme a vivir con ellas. Hemos acumulado demasiado. No voy a ponerme a regalar ahora todo. ¿Cómo que no sea apegado a las cosas materiales? Claro, a lo mejor a ti ya no te importan, no me extrañaría nada, dada tu situación... Pero no te creo, a mí no me engañas, estás mintiendo, veo que no has perdido la costumbre de sacrificarte por mi. Asómate al jardín. ¿Ves tus hortensias florecidas, las que con tanto esmero cuidabas,? Si yo no estoy, ¿quién lo va hacer por nosotros?

Así que soy un viejo testarudo y gruñón. ¿Y tú? Claro desde que te marchaste ahí te has quedado, ya no envejeces. Pero no te engañes, que tampoco eras una jovenzuela. No, no quiero discutir, pero entiende que este es nuestro hogar. Aquí tuvimos a las niñas, las criamos y las casamos. Y fue en este dormitorio, en esta cama, donde padeciste tu larga enfermedad, la misma que te llevó. Aún recuerdo el último mes, casi no podías hablar, pero aún sonreías y tratabas de acomodarte el pelo cuando llegaba. No Julia, yo aquí me quedo. Hasta que me dejes ir contigo, yo aquí me quedo.

La Despedida



Muy buenas tardes a los dos. Os sorprenderá esta convocatoria, ¿no es así?, no digo por repentina, pues a eso en esta empresa estamos habituados, aunque más correcto sería decir que “yo” estoy acostumbrado, si, si a tus llamados urgentísimos Juan, como por ejemplo para hacer un informe que sabes de antemano que no leerás, o conseguirme un número de teléfono al que no llamarás, ¿cómo les dices tú? Ah si! “tareas motivadoras”, es decir, más conocidas como “putear y hacer perder el tiempo a los demás”. Uy Elena, qué cara pones, cualquiera diría que no conoces el verbo putear, ¡pero si tú lo haces muy bien! Como iba diciendo, lo sorpresivo de esta reunión, es pues quién la convoca, yo, el último de la fila, ¿o me equivoco?. No es necesario que contestéis, hasta ahora la respuesta la sabemos. Noto que me miráis con impaciencia, la curiosidad apremia ¿eh?, en fin, aún así os agradezco vuestra puntualidad. Pero no tengáis tanta prisa, la curiosidad mató al gato dicen por ahí. Esta bien, no dilato más este momento, no quisiera que por mi pospusierais vuestros importantes asuntos, pero tranquilos, que tiempo habrá de sobra para vuestras reuniones “tete tu tete”. En fin, voy al grano, que remedio, pero entenderme, no todos los días tengo esta oportunidad; deciros lo que verdaderamente pienso de vosotros dos. Recibirlo como mi regalo de despedida. Nunca se sabe, algún día quizás os sirva. ¿Sorprendidos?, pues paciencia, que comenzaré desde el principio.

Primero que nada quiero aclarar, que desde mis inicios en este despacho, no ha pasado un solo día durante estos 4 años sin que me haya sentido fuera de lugar. Curioso, si tenemos en cuenta que soy el sobrino del dueño. Es como si mi parentesco, en vez de haberme otorgado derechos me los hubiese quitado.

Al principio, debido a mi juventud e inexperiencia, creí que habían decidido contratarme únicamente por esta razón. Inocente de mi, como si los 5 años de carrera, los tres idiomas, el master y las prácticas no aportasen nada. Pero cómo no pensarlo, si tu Juan, mi jefe y supuestamente mi tutor, es decir el responsable de mi aprendizaje y carrera en esta empresa, lo primero que hiciste fue presentarme al resto del personal con una sonrisa aparentemente benevolente, sin dejar de recalcar que era el sobrino de Don Elías, el enchufado. No digas nada, ya no vale la pena. Así fue siempre. Nunca reconociste mis méritos. Es más aún, cada vez que alguien me pedía algo, por temor a que destacase me excusabas diciendo que ya tenía suficiente con tus encargos, que no me atosigasen. Así me di cuenta que eres un esclavo de tu envidia y tus celos.

Aún recuerdo el primer día que entré a trabajar. Después de presentarme al resto del personal, solamente porque te lo había ordenado mi tío, cómo me aclaraste que te sería indiferente. Primero te enfrascaste en una conversación telefónica, luego te metiste en una reunión, y al fin, cuando pude preguntarte en qué podía ayudar, cansado de mirar las paredes y hacer que leía las revistas de negocio obsoletas de la mesa de recepción, me dijiste “Chaval, tengo que atender asuntos serios. Ahora no puedo perder el tiempo”. ¿Perder el tiempo?, te das cuenta Juan de lo que me dijiste, ¿pero desde cuando que tú has tenido al tiempo?, sin duda siempre has tenido delirios de grandeza.

¿Y cuáles eran tus asuntos serios? ¿Elena?. No a ella nunca la tomaste en serio. Lástima para ti, Elena. Aunque debes haber gozado con su indiferencia. Hasta que te conocí, no sospechaba que existiese alguien que pudiese disfrutar tanto sufriendo. Eres el masoquismo hecho mujer. Por favor, confiésame que tus tres atropellos no fueron un accidente y que realmente te abalanzaste debajo de esos coches. Me acuerdo como nos contabas los pormenores apoyándote en tus muletas con aires de víctima resignada. Por cierto, es en aquellas ocasiones cuando más te levantabas de tu asiento, a por café, a sacar fotocopias, a cualquier cosa. Me acuerdo, porque era cuando más me aburría, me dejabas sin tareas para así poder pasearte en muletas a vista de todos. Fue, gracias a aquellas ocasiones, que empecé a darme cuenta que me habíais relegado a la posición del secretario de la secretaria del secretario personal de mi tío. Brillante maquinación.

Fue por eso quizás, por ese ansia tuya de sufrimiento, que aunque Juan te causase repulsión, que aceptaste quedarte con él después que nos fuésemos todos a casa. Si, si, no me miréis así, ¿o es que acaso Juan, crees que tu inflada barriga, tu papada caída y tu cabeza de billar son muy seductores?, o quizás piensas que tu olor penetrante a axila y aliento a puro hace tambalear a las féminas. No lo niegues ahora Elena, no trates de quedar bien. Todos nos percatamos del asco que te daba y nadie entendía cómo podías dejarte seducir por el viejo más asqueroso de este lugar. Pero yo sí que me di cuenta. ¿Cómo no observarte con todo el tiempo ocioso que me dejabais? Fue por ser la víctima de esta oficina en primer lugar, que permitiste que abusase de ti, ¿no es así? No hace falta que me contestes, lo se con certeza absoluta.

Ay! Elena durante todos estos años, verte la cara de sufrimiento y amargura nada más abrir la puerta, ha sido un suplicio. Pero nada comparado con el que he tenido que soportar por ti Juan. Tu envidia y capacidad de abuso no tienen límites. Sin duda, eres lo más bajo de la raza que he conocido. No sé como lograste la confianza del buenazo de mi tío, tu astucia sin duda te ayudó a ello. Seguramente, si no hubiese sido por su enfermedad se hubiese dado cuenta de tus vilezas. Al menos el pobre viejo murió tranquilo y confiado.

¿Pero sabéis por qué murió tan confiado? Supongo que no seréis tan ingenuos de suponer que se fue a la tumba sin dejar un testamento en toda regla. A falta de hijos, me ha nombrado como su único heredero. Quizás Juan, al fin y al cabo no eres tan listo, te faltó visión de futuro, me tendrías que haber puesto de tu lado, hacerme la pelota, como a mi tío. Ahora, el que manda en este despacho soy yo y como primera medida de mi nueva dirección he decidido renovar al personal. Juan, Elena, estáis despedidos.

Monday, June 18, 2007

Algo nunca contado a nadie


Yo creo que si María Lesmes no era una lesbiana desde niña, entonces era un chico espía infiltrado en nuestro colegio de monjas.

Conocí a María Lesmes en 3ero de EGB. Lo recuerdo bien, porque nos cambiaron el uniforme y en los recreos nos correspondía jugar en el patio de las mayores que no tenían columpios.

María tenía el pelo más corto que mis primos e incluso hablaba y se movía más bruscamente que ellos. A mí, que no frecuentaba a chicos, solamente a mis primos, esa niña me perturbaba. Me hacía sentir como si estuviese tratando a un niño.

No es que me gustase, de hecho era bastante feucha. Muy delgadita, con mucho pelo tipo pelusa en la cara. Me recordaba a un monito, pero aún así, la admiraba. Nunca lloraba, y se atrevía a hacer todas las acrobacias en los columpios.

En una ocasión, en una voltereta mal dada, se quedó enganchada boca abajo, con la falda tapándole la cara y se le vieron las bragas, o mejor dicho lo que debieran de haber sido bragas, porque en vez de bragas, lo que María usaba, eran calzoncillos. Estuve todo el resto del recreo preguntándole la razón de ello. No me dio ninguna, y a cambio me exigió silencio perpetuo, creo que hasta incluso me amenazó. Hasta el día de hoy he mantenido la promesa.

No era en mi, a la única que esa niña-niño causaba esa impresión. Pese a que no recuerdo que María, en aquella época tuviese más amigas, tenía otra admiradora, mi adversaria. Más que nada porque nos caíamos mal mutuamente. Las tres al mismo tiempo no podíamos estar. Lourdes, así se llamaba, también quería ser niño. Usaba el pelo corto, al estilo príncipe valiente. Pese a ser rubia y de ojos azules, al tener un cuerpo grande y moverlo toscamente, no tenía nada de gracia. A mi lo que más me desagradaba de ella, es que estaba todo el día con los dedos hurgándose la nariz. En el fondo era una falsa imitación de María.

A veces en los recreos, si las veía jugando a ambas, me tenía que fastidiar y no me acercaba a ellas. Además, lo único que sacaba eran burlas de Lourdes por miedica al no atreverme a participar en todos sus juegos. Me consolaba, porque sabía que por la tarde en la ruta de regreso a casa, María también iba y solamente iría yo como única compañía.

María solo estuvo en el colegio ese año. Desapareció sin explicación alguna. Nunca conté esta historia a nadie, para que no fuesen a pensar que me gustaban las niñas. Pero sigo pensando que esa chica, tenía más de chico que de chica.

Un cuento triste

Fotografía de Bill Brandt

Ayer, mi niña querida, a tus cinco añitos, nuevamente trataste de protegerme. Si, la hija a la madre, ¿no es al revés?
Supiste que tú, al igual que los abuelos y que nosotros tus padres, morirás algún día. Te diste cuenta que algún día te marcharás, quizás sin aviso previo, como el tata Fede, y que a lo mejor me dejas aquí, sola y sin ti.

Ayer, hija mía, después del desayuno, en vez de salir corriendo a jugar, como sueles hacer todos los días, te quedaste pensativa en la silla, con tu ceño sin arrugas fruncido, mirando hacia ninguna parte por la ventana.
Me sorprendió verte así, tan seria. Por un momento me olvidé que tenías 5 años y me pareciste una imagen actual de mi misma. Increíble, ¿verdad?, ¿Todos los padres se reconocerán en sus hijos? Habría que tener más para saberlo.

No te quedaste así por mucho tiempo. No había terminado de desabrocharte el babero, cuando de repente y sin motivo alguno, se te torció la boca hacia abajo y comenzó a temblarte la barbilla. Mi hija contenida, siempre que vas a llorar por emociones, tratas de reprimir tus lágrimas, ¡hasta en tus penas tratas de protegerme!

Sin saber aún que te pasaba, te miré a los ojos con preocupación, te pasé mi mano por tu cabecita enmarañada y ahí fue, con mi contacto, que no pudiste contenerte más y te largaste a llorar.

Nunca te había visto llorar así, tan desconsoladamente. Por unos instantes me desconcertaste, no sabía que te pasaba estaba claro que no te habías hecho daño ni estabas enferma. Pero enseguida acerté con el motivo, lo supe desde adentro con una certeza profunda: tu muerte.

Sin embargo, tus lágrimas no eran de miedo. No, mi hija protectora, tus lloros eran de desamparo. Mi desamparo. Al morir tú, comprendías que me dejarías a mi sin ti, y sabiendo que eres lo que más quiero en este mundo te apenaste profundamente al imaginarte lo triste que me quedaría sin ti.

Claro, todas las noches al arroparte, te digo cuanto te quiero antes de apagarte la luz. Incluso la otra noche cuando me preguntaste si te quería más que a papá te susurré que sí besándote en la frente.

Ay mi niña preciosa! Que impotencia sentí al no poder jurarte que no nos separaríamos jamás. Que nunca nos quedaríamos la una sin la otra. Pero en cambio, no supe que decirte. A lo único que acerté fue abrazarte, refugiarte en mi pecho y dejar que largases tu pena. Así, mientras la protegida abrazaba a su protectora, me quedé fijamente mirando con el ceño fruncido.

(Preguntándome quién organizó todo esto).

Lo peor de uno mismo


- ¡Hey despierta! ¡que te quedas dormida vestida! Menudo escándalo que tienen montados estos alemanes. No sé como puedes quedarte dormida con este jaleo.
- ¿Ves? Te lo dije, estaba segura, si los había visto subir en el ascensor cargados de cervezas, cuando salíamos del hotel.
- Ya, si yo también los ví, pero creí que igual luego saldrían por ahí…
- Bah, si con las cerves, las chicas y la música, ya está armados, pa que van a salir, seguro que no tienen ni dinero. Última vez que me quedo en un albergue juvenil. Por eso insití tanto con las copas…
- Sí claro, y también por eso pediste las dos botellas de vino, ¿no borrachina?
- Exacto, para dormir…y bueno, también para despedir a nuestra última noche en Berlín, mon cheri.
- Excusas, si tú tienes tapones pa dormir.
- Ya ves, me aseguro. Aunque éstos no son muy buenos.
- Pues me podrías dejar un tapón si estos tíos no se callan.
- ¿Que te deje uno?, ¡pero si tengo dos oídos!
- Ya, pero nos ponemos cada uno un tapón y el otro lo tapamos apoyando la oreja en la almohada.
- Mira, primero que nada, yo duermo de espaldas, Segundo, te aseguro que la almohada no sirve, fue mi primer intento para no oir tus ronquidos, si por eso uso tapones. Y tercero, te advertí que bebieses más.
- Si no podia, lo sabes. Mañana madrugón y del avión a la entrevista de trabajo. Tú pretendes que además de nervioso llegue regasacoso. Ya sé, ¡los partimos por la mitad!
- ¿Por la mitad? ¿Tú estás loco?
- Joder, en Madrid te compro otros. Dos si quieres, y de los buenos, no de esas mierdas del avión.
- Si no es por no romperlos, no cuestan nada. Es porque me da miedo, ¿no ves que se te pueden meter hasta adentro y luego no hay quién los saque?
- Pues entonces déjame uno anda, ¿qué más te da? Si te acabas de dormir mientras estaba en el baño.
- Lo sé. Que te quede claro. No necesito los tapones para dormir ahora, ese eres tú. Yo los necesito para cuando tú te quedes dormido y comiences a roncar.
- ¿Cómo te pueden molestar más mis ronquidos que el jaleo que están armando? ¡Callaos coño! ¡Qué hijos de puta estos alemanes! Con tres cervezas como se ponen los muy bestias!
- Pues sí. Me molestan más tus ronquidos. Nunca se cuando viene el siguiente y eso me desvela.
- Pero si con todo lo que has bebido vas a dormir como un tronco, y lo sabes. Venga va, déjame uno, ¿si?
- Lo siento, esta vez paso. Muchísimas veces no he podido dormir por tus ronquidos. Aunque te mueva o te despierte cuando no puedo más, dejas de roncar por dos minutos y vuelta a empezar. Y yo ¿que hago?, me jodo. Pienso que es mejor que uno duerma. Ahora te toca a ti. Te jodes tú.

Sunday, November 05, 2006

Adjetivos calificativos


¿Y qué habrá sido de doña Enrica? ¿Seguirá tan seria y tan recta nuestra implacable profesora de Ética y Moral?

Aunque más que la ética o la moral, lo que le chiflaban de verdad eran los adjetivos calificativos. Sobretodo para descalificar. Sabía miles, y nosotras: Pili, Marta y yo, contribuimos a ampliar su colección.

Doña Enrica apareció en nuestras vidas, cuando comenzábamos a triunfar en nuestras primeras conquistas colegiales con el sexo opuesto. Llegó justo a tiempo para abrirnos los ojos.

Nos los abrió al sorprender a Pili embelesada por una declaración de amor proveniente de un joven interesado. Se indignó al comprobar que además de cursi, la carta estaba repleta de faltas de ortografía. La leyó en voz alta, resaltando cada error, provocando las risas de toda la clase. Ese niño claramente se estaba burlando de Pili.

Nos quedamos cabizbajas y humilladas por todos los suspiros dados por tanto niño desvergonzado falto de respeto. Pero doña Enrica, una mujer práctica y resuelta nos propuso un ejercicio que acogimos con entusiasmo. Consistía en describir a través de adjetivos calificativos a nuestro prototipo de príncipe azul y apuntarlos en un papel.

Esto nos permitiría evaluar de un modo objetivo si el candidato era digno de nuestra atención o no. Los listados eran interminables, aun me sorprende el amplio surtido de adjetivos, todos positivos, que en teoría podría albergar un solo hombre: guapo, simpático, comprensivo, inteligente, cariñoso y un largo etcétera.

A partir de ahí siempre salimos armadas con nuestra lista en el bolsillo. Al mínimo incumplimiento de los requerimientos establecidos, nos dábamos media vuelta ofendidas. Así pasó el tiempo con doña Enrica presidiendo las sesiones de revisión. Cuando una de nosotras creía haber dado con su hombre perfecto, convocaba a reunión para asegurarse de no haber cometido ningún error en su apreciación.

Ninguno sobrevivió a aquellas sesiones, la maestra siempre encontró un incumplimiento insalvable, que si bien por el momento podía no ser relevante, nos terminaría por hacer desgraciadas.

Todavía me acuerdo de un tal Marcos, el chico al parecer era un encanto y Marta suspiraba por él. Pero tal como está el mundo no se puede ser tan blandengue y falto de autoridad, y Marcos lo era. Fue mejor evitarlo ante la alta probabilidad de criar a unos hijos rebeldes y drogadictos.

De Daniel, me acuerdo mejor, por ese suspiraba yo y en la revisión de adjetivos fue aprobado. Pero antes de irnos doña Enrica me preguntó su edad y al enterarse que era cinco años mayor que yo, casi le da un soponcio. Fue la pregunta que me rescató por los pelos de un pervertido.

Tan ensimismadas estábamos en nuestra búsqueda, que no nos dimos cuenta que éramos las únicas que quedábamos sin haber tenido romance alguno entre nuestras conocidas, considerando incluso a nuestras hermanas menores y amigas.

Hasta que un día la hermana pequeña de Pili nos tuvo que abrir los ojos una vez más. Nos confesó cómo potenciales pretendientes rechazados por nosotras, nunca habían sido tales, sino que se habían acercado por curiosidad para luego reírse con sus amigos a costa nuestra. Sobre nuestros listados, convertidos en un mito, circulaban rumores de los más diversos.

Entramos en pánico. Esto no podía seguir así. Convocamos a sesión urgente, esta vez sin avisar a doña Enrica. Comenzamos la reunión normalmente, cada una enumerando los adjetivos que deberían ser capaces de describir a su príncipe azul. Nada más que esta vez, para mantenerse en la lista tenían que obtener aprobación unánime. El criterio, también era más riguroso, había que prescindir de los adjetivos convenientes y salvar sólo los imprescindibles.

Cada vez que uno caía, lo tachábamos, aplaudíamos y dábamos gritos de liberación. A medida que quedaban menos, nuestros ánimos estaban cada vez más encendidos. Cada listado se repasaba varias veces y la dificultad para eliminar los pocos que iban quedando aumentaba. Para facilitar la visualización escribimos en papeletas por separado cada uno.

La sesión se convirtió en una matanza de adjetivos calificativos y nosotras en sus sádicas asesinas. A los bien educados, inteligentes, y respetuosos los redujimos a bolas de papel que nos tiramos entre nosotras, los valientes, audaces y emprendedores volaron incendiados en forma de avión haciendo espirales balcón abajo, a los generosos, equitativos y justos los rasgamos en mil trocitos que volaron por la habitación y para terminar nos comimos a los simpáticos, graciosos y buen humorados.

Terminamos exhaustas, pero logramos finalmente la mínima expresión: un adjetivo calificativo por lista.

Pili, celosa hasta la médula, mantuvo al fiel. Marta, que soñaba con una prole numerosa, se quedó con el padrazo. Mi adjetivo fue el más difícil. En la sed asesina, llegué a encontrar todos prescindibles, incluso llegó un momento en que me quedé sin ninguno y tuve que improvisar un nuevo listado. Finalmente opté por el buen amante. Qué mejor para recuperar el tiempo perdido.

Esa fue la última reunión. Después de aquel episodio, las distintas circunstancias de la vida nos separaron y poco más supimos las unas de las otras.

Hoy, por coincidencia he recibido carta de Pili y de Marta. La primera se ha divorciado y ahora está tramitando la anulación. Resulta que en su búsqueda de un fiel que no mirase a otras mujeres, Piluca se olvidó de fijarse en cómo miraba a los hombres. Lo sorprendió en una situación bastante comprometida con su mejor amigo y casi los asesina a ambos. Ahora está en un doble proceso judicial, a la anulación se añade demanda por agresión y se despide diciéndome que no quiere saber mas nada de adjetivos calificativos.

Marta, la buenaza de Marta, está cien por cien dedicada a sus seis hijos. A su marido ya no, porque hace un año, oyó la llamada del Señor y partió a un pueblecito de México como misionero. Ahora está a cargo de 100 niños que lo siguen todo el día y lo llaman padresito. Dice que a lo mejor sería conveniente buscar un nuevo marido/padrastro, pero no tiene tiempo para confeccionar nuevos listados de adjetivos, que sería muy difícil ponerse de acuerdo entre los siete.

Y yo, pues sigo fiel a mi listado. He descubierto que el placer no está en el encuentro sino en la búsqueda. Prosigo en ella día a día y no quiero nuevos listados. Mantengo los ojos cerrados con fuerza para que nadie me los abra una vez más.

Friday, October 13, 2006

42 Sugus - Técnica Me Acuerdo

Me acuerdo cuando quise comprobar cuantos sugus cabían en mi boca. Tenía 7 años y fue un acto premeditado que hasta la fecha no le había contado a nadie.

Durante meses estuve guardando los sugus que mi abuela solía repartir entre los nietos. Este aprovisionamiento cual hormiga y sin motivo aparente alguno, me hizo ganadora del título de nieta comedida por parte de mi abuela, que orgullosa de mi se dedicó a publicar en la familia.

Este título de nieta ejemplar provocó varios intentos de sabotaje por parte de mis primos, lo que hizo peligrar mi objetivo. Varias veces los tuve que cambiar de escondite.

Finalmente después de tres meses de ahorro llegó el día. Me encerré en el cuarto de baño con los 42 sugus y uno a uno, delante del espejo me los fui echando a la boca.

Primero, muy fácilmente los amarillos, luego los naranjas, con dificultad y apretando los mofletes, los rojos y en último lugar, casi sin respirar, los azules. Todos cupieron y todos fueron tragados y deglutidos.

Salí orgullosa y victoriosa del cuarto de baño.

Al día siguiente, sin embargo, fui incapaz de contar al doctor mis sospechas de las cusas del fuerte dolor estomacal del que fui víctima.

Es desde entonces que desconfío de la gente comedida.

Amores que matan - Técnica Me Acuerdo

Me acuerdo de mi primer amor, de aquellos que quedan clasificados como amores que matan. Fueron unos zapatos rojos de charol.

Fue como suele ocurrir en estas ocasiones, amor a primera vista. Flechazo súbito. Nada más verlos en el escaparate, el instinto de posesión se apoderó de mi pequeña persona.

Me paralicé. No quise dar ni un paso más en falso. Suerte que mi madre se hizo cargo. Lástima que no había mi número. Los únicos que quedaban eran los del escaparate. Me quedaron perfectos, bueno, cuasi perfectos, si encogía un poco los dedos. Pero como todo instinto, el de posesión también es sabio, di un grito de alegría y bailé por la tienda, aparentado comodidad absoluta.

Salí de la tienda resplandeciente, caminando sin levantar la vista del suelo, de mis zapatos claro. Pero la tarde fue larga y mis dedos encogidos no aguantaron más. Nunca más me los pude poner. Desde entonces que estoy convencida que el dolor de pies es el peor de soportar, más aun que el del corazón.

A lo largo de mi vida he tenido otros zapatos, pero la admiración que me provocaron mis zapatos rojos de charol, nunca más la he sentido (por otros zapatos).

Saturday, July 08, 2006

La muerte de la duquesa prometida


Esta es una historia de pasión humana. Humana porque muchas veces, nosotros, los de la especie humana, la pasión lo que nos provoca son deseos de posesión.

La duquesa y el conde se, conocieron en una fiesta organizada por ambas familias. Casi una cita a ciegas, puesto que eran los únicos solteros casaderos del evento lo que no dejaba de ser sospechoso.

Se puede decir que fue un amor a segunda vista. A primera no porque se conocieron en una situación preparada, envasada, desprovista de ingenuidad y genuinidad. Cuando los presentaron sus respectivos padres, mirándose entre ellos con cierta complicidad, la reacción de ambos jóvenes fue de una indeferencia absoluta.

Afortunados los progenitores, surgió una segunda oportunidad debido al aburrimiento. Ya lo he dicho, los únicos de su condición allí presentes.

En este segundo acercamiento, desprovisto de padres que facilitaran la situación, el conde, por aquel entonces un tímido absoluto, tuvo que recurrir a viejas artimañas como el ‘derrame del vino’ sin querer queriendo. Ella impávida, sin alarmarse ni escandalizarse, simplemente se vengó, se tropezó con él y accidentalmente le tiró el ron.

Entre venganza y venganza el alcohol subió y la pasión llegó, y desde ahí su perdición. Una pasión con una entrada no fulminante, pero la curiosidad provocada por el atrevimiento de él, el descaro de ella y la culminación de los estados etílicos dieron comienzo al sueño de ambas familias. Un cortejo entre dos dinastías sin herederos aún.

Comenzó entonces un romance de ensueño, cuando la pareja despertaba, no sabía si era real o si se encontraban aún en el mundo de los sueños, tan perfecto era todo, una perfección que era consecuencia de la mera presencia del otro. Se prometieron amor eterno.

Pero como decía en el inicio, la pasión se transformó en posesión, y lo malo de creer poseer a alguien es que es un engaño que puede llegar a desvelarse si el poseído llega alguna vez a despertar.

Al principio a ella le gustaba. Se daba cuenta hasta cierta medida que estaba siendo poco a poco poseída, pero ello le complacía, se sentía indispensable como el aire y objeto de culto. Por una persona, sí, pero bastaba, no todos aspiramos a dios.

Hasta que un día despertó por la angustia de no poder respirar, soñaba que unas manos apretaban su garganta hasta hacerla ahogar. Transcurrido el alivio inicial, pasó a la meditación y cavilación. Al final lo comprendió, el amado las manos que apretaban, la garganta su corazón y el aire su vida. Huyó.

Huyó a países remotos, recorriendo ciudades, pueblos y montañas tratando de recuperar todos esos momentos robados de su existencia. Sin embargo el mundo antes ancho, hoy con la globalización es un reducto. Él la encontró y la mató. Sino era él, nadie más podría ser su dueño, incluida ella misma.

Lo único hay una cosa con la que él no contó: la resurrección. Aunque eso a él ya hoy no le importa, porque en realidad el deseo de posesión, es el mismo que es de ser poseído y hoy él ya ha encontrado otra pasión.

Monday, June 26, 2006

Se Vende


La señora África aguantó hasta los límites en aquella casa, yo la conocí a un tris de un colapso nervioso.

Vecina mía, la señora África creo que doblaba e incluso triplicaba en edad al resto de la vecindad. Vivía allí desde siempre, fue la casa que la vio nacer y si no llega a ser por mí, hubiese esperado la muerte allí.

Yo había llegado a aquel pueblo de la ribera italiana a fines de verano, justo al comienzo del Master de Biología Marina. Compartía piso como casi todo el resto del edificio. No nos privábamos ni de fiestas ni de vida social, solamente nos faltaba una cosa: dormir, porque cuando decidías por fin descansar, generalmente quedaba en propósito, sin más remedio que ante la imposibilidad de aislarte del permanente bullicio, unirte al resto hasta caer rendida.

Y entre medio de todos nosotros, nuestros gritos, carcajadas y altos decibelios: la señora África, que por cierto, desapercibida no pasaba. Ella, sin saberlo y mucho menos pretenderlo, se había vuelto en nuestro personaje de exhibición. Nunca fallaba. En la cúspide de la noche, cuando ya estábamos todos medios borrachos, la anciana, asomada medio cuerpo de la ventana del patio central, comenzaba su protesta al ritmo de toques de sartén, amenazando con llamados a la policía, bomberos, llamándonos terroristas y personas con mal gusto musical. Como es de esperar, nadie quedaba indiferente, solo que en vez de provocar silencio, lo que lograba eran muchas risas y más de alguna burla.

Pero no siempre fue así. Para empezar, el pueblo hoy turístico y de estudiantes, era de origen pesquero, y el edifico, una vecindad tranquila compuesta mayoritariamente por gente trabajadora que vivía del mar, los que después de una dura jornada caían rendidos. El silencio reinaba en aquel entonces, siendo solo roto por el llanto ocasional de un niño.

África, a diferencia del resto de las mujeres del pueblo, no se rindió al destino. Desde pequeña se prometió a si misma que no se dedicaría a la limpieza ni a la venta del pescado como era la costumbre en aquel entonces. Ella quería ser artista. En sus comienzos probó distintas formas de arte: pintura, escultura, cerámica, etc. Pero viendo que su arte no le generaba ni cerca de lo mínimo para vivir, decidió darle un giro práctico y dedicarse a la elaboración de redes de pescar.

En todo este devenir, sus padres fallecieron, como hija única heredó la casa y se convirtió en mujer casadera. Asistió a la boda de cada una de sus amigas menos a la de ella, porque ningún chico del pueblo se atrevió a casarse con una mujer que no quisiese compartir los afanes del duro negocio del pescado y aquellos que no necesitaban de colaboración, tampoco querían por esposa, a una mujer con ideas raras para educar a sus hijos. Así pues, África permaneció soltera perfeccionando la técnica de confección de redes.

Logró tal perfección, que se hizo reconocida en todos los pueblos de la región. No había pez que se le resistiese. Teñía las cuerdas previamente de vivos colores para atraer a los peces. Adquirió un conocimiento tan profundo de las distintas especies de pez, que llegó a conocer perfectamente los colores favoritos de cada uno, así como también sus formas preferidas; entrelazaba y anudaba las cuerdas formando las figuras más curiosas y originales nunca vistas en una red.

Así pues cada red tenía su especialidad, para los lenguados las rojas con forma de abanico, para los salmones las rosas en forma de col, para los meros las verdes en forma nube, para el pez espada la plateada en forma de escudo, etc. Rompió con el principio del camuflaje en la técnica de la caza, mientras más vistosa, más llamativa y atractiva era la red, más peces lograba atraer, porque, si bien cada tipo de pez tenía distintas preferencias, nunca olvidó que todos, todos los peces son curiosos y no muy listos, de ahí los dichos "tienes cabeza de pez", "menos memoria que un pez", "hablar cabezas de pescado" y más que seguramente desconozco.

Pero las redes de África no sólo atrapaban peces. Porque al igual que los peces, los hombres. No había hombre que se le resistiese. Cada red, una conquista. Porque si bien ningún hombre quiso casarse con ella, eso no significa que no fuese una mujer fuertemente deseada. Y al igual que los peces, los hombres también son muy curiosos. En cuanto un amigo le comentaba al otro las exquisitas y refinadas artes amatorias que África prodigaba a sus amantes, éste no era capaz de resistirse sin ir a verla con la excusa de encargarle una red.

Y así, poco a poco, África se fu volviendo cada vez más popular entre los hombres y los peces y cada vez más temida por el resto de las mujeres. Temían que les robase a su amado, que si bien, puede ser que ya no fuese tan amado al menos si seguía siendo su pescador.

Paralelamente a la popularidad o impopularidad de África, según a quién le preguntemos, el pueblo comenzó a ser frecuentado cada vez más por turistas, atraídos por las espectaculares playas y buen clima. Transformándose de ésta forma de un pueblo principalmente pesquero a un pueblo principalmente turístico. Y con el turismo llegó el dinero y con el dinero la construcción y desarrollo económico.

El dinero, si bien no es la fuente de la felicidad, sí abre puertas. Las mujeres del edificio de África las abrieron para no volver más. Antes de quedarse para ver como sus maridos coqueteaban y tenían su affaire con tal mujer, decidieron huir. Por supuesto, con maridos, hijos y suegra, que remedio. El pueblo a su vez abrió las puertas a la educación, llegando a ser un referente para el estudio de la biología marina a nivel internacional.

Así pues, el edificio de familias, pasó a ser edificio de estudiantes con la señora África envejeciendo en medio de todos nosotros. Su historia, ésta historia me la contó ella la noche pasada, en que ninguna de las dos podíamos dormir. Yo tenía exámenes y quería presentarme descansada, pero aquello era imposible, estaba nerviosa y había una fiesta en frente con la música retumbando en todo el patio. Así que, después de mil vueltas en mi cama, decidí salir al patio central a darme un paseo y fumarme un cigarro. En eso estaba cuando oí las sartenes de mi peculiar vecina. Decidí solidarizar con ella, me fui a por mis instrumentos y nos encontramos en el patio. Unidas las dos tuvimos éxito. Pero como todo éxito, bastante efímero. Pasado el impacto, la música volvió a subir.

Me rendí. Ahí comenzó la señora África a hablar. Habló, habló y habló toda la noche al ritmo del techno-rock. Me presenté al examen sin dormir, aunque me sentía más clara y despejada que nunca. Pero he suspendido. Iba todo bien hasta que he comentado los colores favoritos de los peces y se han reído. No sé qué es lo que más me molesta, si el suspenso o la mirada burlona de cada uno de los profesores e incluso de alumnos, porque cada día el rumor aumenta. Ya se sabe, pueblo chico, infierno grande.

Lo positivo de esto es que he logrado de convencer a la señora África para que al igual que sus contemporáneas, tome una sabia decisión y huya de ahí. Ahora su piso está a la venta. Después de 3/4 de siglo de vida, la señora África está viviendo su primera mudanza.

Saturday, June 03, 2006

La Fuerza de la Inercia


Yo no soy rara. Uno no es rara porque le de miedo ir en tren. El otro día escuché a mi madre decirle a una amiga que estas vacaciones habían pensado que quizás lo más conveniente sería que hiciésemos el viaje en tren, en vista que yo ya había superado una de mis rarezas y ya no me daba un miedo aterrador un viaje en tren.

De acuerdo, el temor a morir es raro. Pero qué tiene de raro tener miedo a morir de un modo tan brutal, como podría decirse...¿aplastado?, ¿golpeado?, por la fuerza de un tren en marcha. La gente mayor es bastante extraña, le preocupan asuntos por los que no pueden hacer nada, solo preocuparse, en cambio, se desplazan tranquilamente por los pasillos de un tren, sin temor a dar un salto y verse de un modo ipsofacto lanzado por las fuerzas invisibles al extremo opuesto del tren, lo que podría tener mortales consecuencias.

A lo mejor es que no se han dado cuenta, porque los mayores no saltan y tienen escasa, sino es que nula imaginación, y muchos, muchos temores sin razón. Por ejemplo, -cuidado te vas a manchar-, evidencia el continúo temor que viven los mayores, y ésta frase no sólo la dice mi madre, sino que también mis tías, mi abuela, incluso mi prima mayor cada vez que me dejan a su cuidado. Yo no entiendo qué hay de malo en ello, si por eso se lava la ropa, ¿no es así?. Las manchas tienen fácil solución. En cambio verse de un modo ipsofacto lanzado por las fuerzas invisibles al extremo opuesto del tren es distinto. Eso no tiene reversa.

El otro día me dio mucha risa, me enteré que mi madre también había sido niña. Me estaba enseñando una fotos en blanco y negro, había una en que figuraban dos niñas apoyadas en un coche, sonriendo y vestidas de blanco, le pregunté que quiénes eran y me contestó que ella y su hermana (mi tía), ¡¡¿¿...??!! al principio no le creí, luego me explicó que todos los mayores han sido niños, no lo podía creer, incluso la abuela!!! me la imaginaba toda quieta en los recreos para no mancharse mientras sus amigas corrían por ahí. Así de quieta, como la abuela en los recreos, iba yo en los trenes, porque verse de un modo ipsofacto lanzada por las fuerzas invisibles al extremo opuesto del tren no le hace gracia nadie. Eso inmoviliza a cualquiera.

Esto de que mi madre también ha sido niña, me ha desvelado muchos misterios. Por ejemplo ya sé que no juega a escondidas. Resulta que las muñecas que tiene con cara de porcelana guardadas en el armario, no están escondidas, sino que las guarda de recuerdo. Así me explicó, cuando le guiñé un ojo de complicidad al señalarle la caja supuestamente misteriosa para mi. Por eso que no me las presta, porque son delicadas y si yo las rompo, igual se olvida que un día fue niña, aunque yo creo que ya se le ha olvidado bastante, si no sabe ni jugar, ayer mismo jugando a las meriendas escupió mi riquísimo café y se puso a chillar que qué le había echado a "eso". Así es cuando te haces mayor, automáticamente se te quitan las ganas de jugar, yo no me lo creo mucho, yo seguiré jugando aunque sea a escondidas para no ser rara. Además, asi no se me olvidaré de jugar nunca jamás.

El otro misterio que se me ha desvelado, es el por qué los mayores son impasibles a la posibilidad de verse de un modo ipsofacto lanzado por las fuerzas invisibles al extremo opuesto del tren. El otro día le pregunté a mi madre si ella saltaba y viajaba en tren cuando era niña, como a ambas preguntas me contestó que sí, entonces le pregunté que qué hacía en los trenes. Al principio, a juzgar por su expresión, se extrañó un poco, luego lentamente empezó a reir, resulta que armaba unas buenas correrías por los pasillos, era uno de los juegos favoritos con su hermana (mi tía), las carreras en el tren de principio a fin, sortenado toda clase de obstáculos en los pasillos. Y ahí la extrañada fui yo, ¿cómo un ser con tanta visión para trágicas consecuencias corría por los vagones tan descuidadamente???!!!. Nunca había visto reirse tanto a mi madre. Se estuvo carcajeando una semana entera de mi aprehensión de viajar en tren además de contárselo a todo el mundo.

Ahora ya no tengo miedo a los viajes en tren. Mi madre me ha explicado lo de la Fuerza de la Inercia. Ya salto sin temores en todos lados, en los trenes, en los ascensores, en los aviones, etc. Y también por esa misma razón, ahora no me gusta ir en coche, porque si derepente el conductor frenase, yo saldría despedida hacia adelante. Y nadie le gustaría verse de un modo ipsofacto lanzado por la fuerza de la inercia a través del parabrisas.