Sunday, November 05, 2006

Adjetivos calificativos


¿Y qué habrá sido de doña Enrica? ¿Seguirá tan seria y tan recta nuestra implacable profesora de Ética y Moral?

Aunque más que la ética o la moral, lo que le chiflaban de verdad eran los adjetivos calificativos. Sobretodo para descalificar. Sabía miles, y nosotras: Pili, Marta y yo, contribuimos a ampliar su colección.

Doña Enrica apareció en nuestras vidas, cuando comenzábamos a triunfar en nuestras primeras conquistas colegiales con el sexo opuesto. Llegó justo a tiempo para abrirnos los ojos.

Nos los abrió al sorprender a Pili embelesada por una declaración de amor proveniente de un joven interesado. Se indignó al comprobar que además de cursi, la carta estaba repleta de faltas de ortografía. La leyó en voz alta, resaltando cada error, provocando las risas de toda la clase. Ese niño claramente se estaba burlando de Pili.

Nos quedamos cabizbajas y humilladas por todos los suspiros dados por tanto niño desvergonzado falto de respeto. Pero doña Enrica, una mujer práctica y resuelta nos propuso un ejercicio que acogimos con entusiasmo. Consistía en describir a través de adjetivos calificativos a nuestro prototipo de príncipe azul y apuntarlos en un papel.

Esto nos permitiría evaluar de un modo objetivo si el candidato era digno de nuestra atención o no. Los listados eran interminables, aun me sorprende el amplio surtido de adjetivos, todos positivos, que en teoría podría albergar un solo hombre: guapo, simpático, comprensivo, inteligente, cariñoso y un largo etcétera.

A partir de ahí siempre salimos armadas con nuestra lista en el bolsillo. Al mínimo incumplimiento de los requerimientos establecidos, nos dábamos media vuelta ofendidas. Así pasó el tiempo con doña Enrica presidiendo las sesiones de revisión. Cuando una de nosotras creía haber dado con su hombre perfecto, convocaba a reunión para asegurarse de no haber cometido ningún error en su apreciación.

Ninguno sobrevivió a aquellas sesiones, la maestra siempre encontró un incumplimiento insalvable, que si bien por el momento podía no ser relevante, nos terminaría por hacer desgraciadas.

Todavía me acuerdo de un tal Marcos, el chico al parecer era un encanto y Marta suspiraba por él. Pero tal como está el mundo no se puede ser tan blandengue y falto de autoridad, y Marcos lo era. Fue mejor evitarlo ante la alta probabilidad de criar a unos hijos rebeldes y drogadictos.

De Daniel, me acuerdo mejor, por ese suspiraba yo y en la revisión de adjetivos fue aprobado. Pero antes de irnos doña Enrica me preguntó su edad y al enterarse que era cinco años mayor que yo, casi le da un soponcio. Fue la pregunta que me rescató por los pelos de un pervertido.

Tan ensimismadas estábamos en nuestra búsqueda, que no nos dimos cuenta que éramos las únicas que quedábamos sin haber tenido romance alguno entre nuestras conocidas, considerando incluso a nuestras hermanas menores y amigas.

Hasta que un día la hermana pequeña de Pili nos tuvo que abrir los ojos una vez más. Nos confesó cómo potenciales pretendientes rechazados por nosotras, nunca habían sido tales, sino que se habían acercado por curiosidad para luego reírse con sus amigos a costa nuestra. Sobre nuestros listados, convertidos en un mito, circulaban rumores de los más diversos.

Entramos en pánico. Esto no podía seguir así. Convocamos a sesión urgente, esta vez sin avisar a doña Enrica. Comenzamos la reunión normalmente, cada una enumerando los adjetivos que deberían ser capaces de describir a su príncipe azul. Nada más que esta vez, para mantenerse en la lista tenían que obtener aprobación unánime. El criterio, también era más riguroso, había que prescindir de los adjetivos convenientes y salvar sólo los imprescindibles.

Cada vez que uno caía, lo tachábamos, aplaudíamos y dábamos gritos de liberación. A medida que quedaban menos, nuestros ánimos estaban cada vez más encendidos. Cada listado se repasaba varias veces y la dificultad para eliminar los pocos que iban quedando aumentaba. Para facilitar la visualización escribimos en papeletas por separado cada uno.

La sesión se convirtió en una matanza de adjetivos calificativos y nosotras en sus sádicas asesinas. A los bien educados, inteligentes, y respetuosos los redujimos a bolas de papel que nos tiramos entre nosotras, los valientes, audaces y emprendedores volaron incendiados en forma de avión haciendo espirales balcón abajo, a los generosos, equitativos y justos los rasgamos en mil trocitos que volaron por la habitación y para terminar nos comimos a los simpáticos, graciosos y buen humorados.

Terminamos exhaustas, pero logramos finalmente la mínima expresión: un adjetivo calificativo por lista.

Pili, celosa hasta la médula, mantuvo al fiel. Marta, que soñaba con una prole numerosa, se quedó con el padrazo. Mi adjetivo fue el más difícil. En la sed asesina, llegué a encontrar todos prescindibles, incluso llegó un momento en que me quedé sin ninguno y tuve que improvisar un nuevo listado. Finalmente opté por el buen amante. Qué mejor para recuperar el tiempo perdido.

Esa fue la última reunión. Después de aquel episodio, las distintas circunstancias de la vida nos separaron y poco más supimos las unas de las otras.

Hoy, por coincidencia he recibido carta de Pili y de Marta. La primera se ha divorciado y ahora está tramitando la anulación. Resulta que en su búsqueda de un fiel que no mirase a otras mujeres, Piluca se olvidó de fijarse en cómo miraba a los hombres. Lo sorprendió en una situación bastante comprometida con su mejor amigo y casi los asesina a ambos. Ahora está en un doble proceso judicial, a la anulación se añade demanda por agresión y se despide diciéndome que no quiere saber mas nada de adjetivos calificativos.

Marta, la buenaza de Marta, está cien por cien dedicada a sus seis hijos. A su marido ya no, porque hace un año, oyó la llamada del Señor y partió a un pueblecito de México como misionero. Ahora está a cargo de 100 niños que lo siguen todo el día y lo llaman padresito. Dice que a lo mejor sería conveniente buscar un nuevo marido/padrastro, pero no tiene tiempo para confeccionar nuevos listados de adjetivos, que sería muy difícil ponerse de acuerdo entre los siete.

Y yo, pues sigo fiel a mi listado. He descubierto que el placer no está en el encuentro sino en la búsqueda. Prosigo en ella día a día y no quiero nuevos listados. Mantengo los ojos cerrados con fuerza para que nadie me los abra una vez más.