Monday, June 26, 2006

Se Vende


La señora África aguantó hasta los límites en aquella casa, yo la conocí a un tris de un colapso nervioso.

Vecina mía, la señora África creo que doblaba e incluso triplicaba en edad al resto de la vecindad. Vivía allí desde siempre, fue la casa que la vio nacer y si no llega a ser por mí, hubiese esperado la muerte allí.

Yo había llegado a aquel pueblo de la ribera italiana a fines de verano, justo al comienzo del Master de Biología Marina. Compartía piso como casi todo el resto del edificio. No nos privábamos ni de fiestas ni de vida social, solamente nos faltaba una cosa: dormir, porque cuando decidías por fin descansar, generalmente quedaba en propósito, sin más remedio que ante la imposibilidad de aislarte del permanente bullicio, unirte al resto hasta caer rendida.

Y entre medio de todos nosotros, nuestros gritos, carcajadas y altos decibelios: la señora África, que por cierto, desapercibida no pasaba. Ella, sin saberlo y mucho menos pretenderlo, se había vuelto en nuestro personaje de exhibición. Nunca fallaba. En la cúspide de la noche, cuando ya estábamos todos medios borrachos, la anciana, asomada medio cuerpo de la ventana del patio central, comenzaba su protesta al ritmo de toques de sartén, amenazando con llamados a la policía, bomberos, llamándonos terroristas y personas con mal gusto musical. Como es de esperar, nadie quedaba indiferente, solo que en vez de provocar silencio, lo que lograba eran muchas risas y más de alguna burla.

Pero no siempre fue así. Para empezar, el pueblo hoy turístico y de estudiantes, era de origen pesquero, y el edifico, una vecindad tranquila compuesta mayoritariamente por gente trabajadora que vivía del mar, los que después de una dura jornada caían rendidos. El silencio reinaba en aquel entonces, siendo solo roto por el llanto ocasional de un niño.

África, a diferencia del resto de las mujeres del pueblo, no se rindió al destino. Desde pequeña se prometió a si misma que no se dedicaría a la limpieza ni a la venta del pescado como era la costumbre en aquel entonces. Ella quería ser artista. En sus comienzos probó distintas formas de arte: pintura, escultura, cerámica, etc. Pero viendo que su arte no le generaba ni cerca de lo mínimo para vivir, decidió darle un giro práctico y dedicarse a la elaboración de redes de pescar.

En todo este devenir, sus padres fallecieron, como hija única heredó la casa y se convirtió en mujer casadera. Asistió a la boda de cada una de sus amigas menos a la de ella, porque ningún chico del pueblo se atrevió a casarse con una mujer que no quisiese compartir los afanes del duro negocio del pescado y aquellos que no necesitaban de colaboración, tampoco querían por esposa, a una mujer con ideas raras para educar a sus hijos. Así pues, África permaneció soltera perfeccionando la técnica de confección de redes.

Logró tal perfección, que se hizo reconocida en todos los pueblos de la región. No había pez que se le resistiese. Teñía las cuerdas previamente de vivos colores para atraer a los peces. Adquirió un conocimiento tan profundo de las distintas especies de pez, que llegó a conocer perfectamente los colores favoritos de cada uno, así como también sus formas preferidas; entrelazaba y anudaba las cuerdas formando las figuras más curiosas y originales nunca vistas en una red.

Así pues cada red tenía su especialidad, para los lenguados las rojas con forma de abanico, para los salmones las rosas en forma de col, para los meros las verdes en forma nube, para el pez espada la plateada en forma de escudo, etc. Rompió con el principio del camuflaje en la técnica de la caza, mientras más vistosa, más llamativa y atractiva era la red, más peces lograba atraer, porque, si bien cada tipo de pez tenía distintas preferencias, nunca olvidó que todos, todos los peces son curiosos y no muy listos, de ahí los dichos "tienes cabeza de pez", "menos memoria que un pez", "hablar cabezas de pescado" y más que seguramente desconozco.

Pero las redes de África no sólo atrapaban peces. Porque al igual que los peces, los hombres. No había hombre que se le resistiese. Cada red, una conquista. Porque si bien ningún hombre quiso casarse con ella, eso no significa que no fuese una mujer fuertemente deseada. Y al igual que los peces, los hombres también son muy curiosos. En cuanto un amigo le comentaba al otro las exquisitas y refinadas artes amatorias que África prodigaba a sus amantes, éste no era capaz de resistirse sin ir a verla con la excusa de encargarle una red.

Y así, poco a poco, África se fu volviendo cada vez más popular entre los hombres y los peces y cada vez más temida por el resto de las mujeres. Temían que les robase a su amado, que si bien, puede ser que ya no fuese tan amado al menos si seguía siendo su pescador.

Paralelamente a la popularidad o impopularidad de África, según a quién le preguntemos, el pueblo comenzó a ser frecuentado cada vez más por turistas, atraídos por las espectaculares playas y buen clima. Transformándose de ésta forma de un pueblo principalmente pesquero a un pueblo principalmente turístico. Y con el turismo llegó el dinero y con el dinero la construcción y desarrollo económico.

El dinero, si bien no es la fuente de la felicidad, sí abre puertas. Las mujeres del edificio de África las abrieron para no volver más. Antes de quedarse para ver como sus maridos coqueteaban y tenían su affaire con tal mujer, decidieron huir. Por supuesto, con maridos, hijos y suegra, que remedio. El pueblo a su vez abrió las puertas a la educación, llegando a ser un referente para el estudio de la biología marina a nivel internacional.

Así pues, el edificio de familias, pasó a ser edificio de estudiantes con la señora África envejeciendo en medio de todos nosotros. Su historia, ésta historia me la contó ella la noche pasada, en que ninguna de las dos podíamos dormir. Yo tenía exámenes y quería presentarme descansada, pero aquello era imposible, estaba nerviosa y había una fiesta en frente con la música retumbando en todo el patio. Así que, después de mil vueltas en mi cama, decidí salir al patio central a darme un paseo y fumarme un cigarro. En eso estaba cuando oí las sartenes de mi peculiar vecina. Decidí solidarizar con ella, me fui a por mis instrumentos y nos encontramos en el patio. Unidas las dos tuvimos éxito. Pero como todo éxito, bastante efímero. Pasado el impacto, la música volvió a subir.

Me rendí. Ahí comenzó la señora África a hablar. Habló, habló y habló toda la noche al ritmo del techno-rock. Me presenté al examen sin dormir, aunque me sentía más clara y despejada que nunca. Pero he suspendido. Iba todo bien hasta que he comentado los colores favoritos de los peces y se han reído. No sé qué es lo que más me molesta, si el suspenso o la mirada burlona de cada uno de los profesores e incluso de alumnos, porque cada día el rumor aumenta. Ya se sabe, pueblo chico, infierno grande.

Lo positivo de esto es que he logrado de convencer a la señora África para que al igual que sus contemporáneas, tome una sabia decisión y huya de ahí. Ahora su piso está a la venta. Después de 3/4 de siglo de vida, la señora África está viviendo su primera mudanza.

Saturday, June 03, 2006

La Fuerza de la Inercia


Yo no soy rara. Uno no es rara porque le de miedo ir en tren. El otro día escuché a mi madre decirle a una amiga que estas vacaciones habían pensado que quizás lo más conveniente sería que hiciésemos el viaje en tren, en vista que yo ya había superado una de mis rarezas y ya no me daba un miedo aterrador un viaje en tren.

De acuerdo, el temor a morir es raro. Pero qué tiene de raro tener miedo a morir de un modo tan brutal, como podría decirse...¿aplastado?, ¿golpeado?, por la fuerza de un tren en marcha. La gente mayor es bastante extraña, le preocupan asuntos por los que no pueden hacer nada, solo preocuparse, en cambio, se desplazan tranquilamente por los pasillos de un tren, sin temor a dar un salto y verse de un modo ipsofacto lanzado por las fuerzas invisibles al extremo opuesto del tren, lo que podría tener mortales consecuencias.

A lo mejor es que no se han dado cuenta, porque los mayores no saltan y tienen escasa, sino es que nula imaginación, y muchos, muchos temores sin razón. Por ejemplo, -cuidado te vas a manchar-, evidencia el continúo temor que viven los mayores, y ésta frase no sólo la dice mi madre, sino que también mis tías, mi abuela, incluso mi prima mayor cada vez que me dejan a su cuidado. Yo no entiendo qué hay de malo en ello, si por eso se lava la ropa, ¿no es así?. Las manchas tienen fácil solución. En cambio verse de un modo ipsofacto lanzado por las fuerzas invisibles al extremo opuesto del tren es distinto. Eso no tiene reversa.

El otro día me dio mucha risa, me enteré que mi madre también había sido niña. Me estaba enseñando una fotos en blanco y negro, había una en que figuraban dos niñas apoyadas en un coche, sonriendo y vestidas de blanco, le pregunté que quiénes eran y me contestó que ella y su hermana (mi tía), ¡¡¿¿...??!! al principio no le creí, luego me explicó que todos los mayores han sido niños, no lo podía creer, incluso la abuela!!! me la imaginaba toda quieta en los recreos para no mancharse mientras sus amigas corrían por ahí. Así de quieta, como la abuela en los recreos, iba yo en los trenes, porque verse de un modo ipsofacto lanzada por las fuerzas invisibles al extremo opuesto del tren no le hace gracia nadie. Eso inmoviliza a cualquiera.

Esto de que mi madre también ha sido niña, me ha desvelado muchos misterios. Por ejemplo ya sé que no juega a escondidas. Resulta que las muñecas que tiene con cara de porcelana guardadas en el armario, no están escondidas, sino que las guarda de recuerdo. Así me explicó, cuando le guiñé un ojo de complicidad al señalarle la caja supuestamente misteriosa para mi. Por eso que no me las presta, porque son delicadas y si yo las rompo, igual se olvida que un día fue niña, aunque yo creo que ya se le ha olvidado bastante, si no sabe ni jugar, ayer mismo jugando a las meriendas escupió mi riquísimo café y se puso a chillar que qué le había echado a "eso". Así es cuando te haces mayor, automáticamente se te quitan las ganas de jugar, yo no me lo creo mucho, yo seguiré jugando aunque sea a escondidas para no ser rara. Además, asi no se me olvidaré de jugar nunca jamás.

El otro misterio que se me ha desvelado, es el por qué los mayores son impasibles a la posibilidad de verse de un modo ipsofacto lanzado por las fuerzas invisibles al extremo opuesto del tren. El otro día le pregunté a mi madre si ella saltaba y viajaba en tren cuando era niña, como a ambas preguntas me contestó que sí, entonces le pregunté que qué hacía en los trenes. Al principio, a juzgar por su expresión, se extrañó un poco, luego lentamente empezó a reir, resulta que armaba unas buenas correrías por los pasillos, era uno de los juegos favoritos con su hermana (mi tía), las carreras en el tren de principio a fin, sortenado toda clase de obstáculos en los pasillos. Y ahí la extrañada fui yo, ¿cómo un ser con tanta visión para trágicas consecuencias corría por los vagones tan descuidadamente???!!!. Nunca había visto reirse tanto a mi madre. Se estuvo carcajeando una semana entera de mi aprehensión de viajar en tren además de contárselo a todo el mundo.

Ahora ya no tengo miedo a los viajes en tren. Mi madre me ha explicado lo de la Fuerza de la Inercia. Ya salto sin temores en todos lados, en los trenes, en los ascensores, en los aviones, etc. Y también por esa misma razón, ahora no me gusta ir en coche, porque si derepente el conductor frenase, yo saldría despedida hacia adelante. Y nadie le gustaría verse de un modo ipsofacto lanzado por la fuerza de la inercia a través del parabrisas.